segunda-feira, 11 de fevereiro de 2013

La absenta: la musa de los artistas

Data: 23.01.2013

El Hada Verde....
La absenta: la musa de los artistas

Una onza de absenta, un terrón de azúcar y una medida de agua fría (dependiendo de la audacia del bebedor) bastan para llevarnos al parnaso y hacernos olvidar los problemas mundanos con un fuerte olor a alcohol. Hace unas pocas semanas pude probar por primera vez el enérgico sabor de la absenta en la casa de un buen amigo, poeta él, quien consiguió la botella como regalo de un poeta sueco. No puedo decir que me pareciera un trago extraordinario y, la verdad, no me dio para probar con el licor más allá que la ingesta de una sola copa, pero aquella bebida tenía algo místico, algo muy particular, pues era el licor preferido de los artistas del siglo XIX y, de cierta manera, me resultó más que interesante poder libar el sabor amargo de la bebida que de tan mala fama por sus efectos fue proscrita hasta convertirse en un licor de culto.

La absenta es el licor proveniente de un macerado de tres plantas: el ajenjo, el hinojo y el anís, en el que el ajenjo es el ingrediente principal compuesto por una sustancia oleaginosa llamada tuyona, ingrediente altamente alucinógeno, y por la absintina, una sustancia amarillenta no muy soluble en alcohol pero sí en agua. Tres componentes, tres sensaciones denominadas, a consideración de sus efectos embriagantes y narcóticos, la «santísima trinidad».

Si bien es cierto que los extractos de ajenjo eran consumidos en Egipto y en Grecia mil años antes del nacimiento de Cristo como bebidas afrodisíacas, alucinógenas y hasta medicinales, el inicio de la preparación del licor de absenta, tal como lo conocemos hoy, data de las postrimerías del siglo XVIII cuando en 1797, en la villa de Couvet-Suiza, Daniel Henri Dubied adquirió la receta del que, hasta ese momento, era vendido como un elixir medicinal por las monjas de Couvet. Y así, el elixir terapéutico pronto se convirtió en una bebida espiritosa.

Por su alto contenido alcohólico, se les recomendó a los soldados franceses que colonizaron Argelia en 1830 el uso del ajenjo para purificar el agua y no contraer malaria u otras enfermedades infecciosas. Al retorno de aquellos soldados a Francia, el licor de absenta se hizo muy popular, al ser consumido por los exsoldados. Otro factor que determinó su consumo fue el alza en el precio de los vinos producto de la filoxera, lo que difundió el consumo de esta bebida alcohólica, de menor precio, entre burguesía francesa.

Este nuevo destilado producía efectos muchos más poderosos que otros licores, dado su alto porcentaje de alcohol (entre el 68 y 72%, teniendo algunas variaciones hasta un 80% de alcohol), agudizando los sentidos entre varios otros misteriosos efectos que se dijo podían llevar a la locura a quienes la consumían. Desde 1875 numerosas asociaciones civiles denunciaban los nocivos efectos de la absenta, con el eslogan «la absenta te vuelve loco», lo que hizo que este licor viese prohibida su venta en varios países del mundo.

No es difícil precisar el por qué este licor atrajo tanto a los escritores, principalmente franceses, del siglo XIX puesto que se asociaba el consumo de la absenta con la presumible estimulación de la creatividad producto de las alucinaciones que la misma ocasiona a quien la ingiere. Por sus efectos, empezó a ser llamada la fée verte (‘el hada verde’) y, para otros, le diable vert (‘el diablo verde’).

No fueron pocos los artistas y escritores que se rindieron ante el potente sabor y las sensaciones causadas por la ingesta de la absenta tras lograr su punto perfecto de preparación, el louche (‘turbio’ en francés), color lechoso que alcanzaba la onza de absenta tras mezclarse con un terrón de azúcar y con algunas onzas de agua fría a gusto del bebedor. El beber la absenta se convirtió en todo un rito, tanto por sus componentes como por los instrumentos necesarios para la elaboración del brebaje, una copa con una forma especial y una cuchara (llamada pala) con varios agujeros por los que se filtra el azúcar previamente humedecido. A los consumidores habituales de este licor, se les empezó denominar absintheur (‘absentador’).

La absenta se ofrecía a los bebedores en los cafés, bistrós cabarets y bares franceses a las 5:00 p. m. en la llamada l’heure verte (‘la hora verde’). Su máximo apogeo se dio entre las décadas de 1880 y 1914, al ser un licor exótico, del que se decía causa efectos muy nocivos para la salud y que, debido a sus propiedades psicoactivas incentivaba la creatividad de los artistas. Todo ello cautivaba a pintores, escritores, dramaturgos, músicos, etc. que durante la Belle Époque hicieron del consumo de esta bebida espiritosa todo un símbolo del arte de su tiempo, y uno de los principales distintivos de aquellos que se consideraban anarquistas y contrarios al orden establecido. Se creó rápidamente algo que podríamos denominar una «cultura de la absenta», la que se convirtió en el trago preferido de los artistas bohemios y decadentes que habitaban en la ciudad luz, Paris, asiduos visitantes del Moulin Rouge, de los barés del Montmartre y del barrio latino, quienes oponiéndose a las creencias conservadoras, creían dar paso al esplendor de su creatividad consumiendo la absenta.

La absenta fue consumida, esencialmente por los artistas franceses del siglo XIX e inicios del siglo XX, entre otros el excéntrico dramaturgo Alfred Jarry, quien bebía la absenta pura para luego salir a pasear en bicicleta pintado de verde. Así también lo fueron los pintores impresionistas Gauguin, Pissarro, Sisley, Monticelli y Toulose-Lautrec, este último quien inventó el cóctel denominado «Terremoto», compuesto por ajenjo y coñac. Pintores de otras latitudes los acompañaron en el consumo de este licor, los más famosos fueron los españoles Pablo Picasso y Santiago Rusinyol, el italiano Amedeo Modigliani y el checo Viktor Oliva. Varios de estos mismos pintores inmortalizaron la absenta en obras como La mujer bebiendo absenta de Picasso, La absenta de Degas, El bebedor de absenta de Manet o Naturaleza muerta con absenta de Van Gogh.

Entre los escritores franceses que la consumían estuvieron Victor Hugo, Guy de Maupassant y los poetas malditos Verlaine, Baudelaire y Rimbaud. Y entre los «extranjeros» Edgar Allan Poe, Jack London y Óscar Wilde, habituales bebedores de este destilado. Wilde alguna vez escribió sobre la absenta: «En la primera etapa es como una bebida ordinaria; en la segunda, comenzamos a ver cosas monstruosas y crueles, pero si se persevera, se llega a la tercera etapa, donde se ve lo que uno quiere, incluso, cosas curiosas y maravillosas». A estos se les unieron James Joyce y Ernest Hemingway, quien incluso mencionó a la absenta en su obra Por quién doblan las campanas (1940), cuando el personaje, Robert Jordan, tiene como misión volar un puente y, como único consuelo, el consumo de absenta. El escritor del romanticismo brasileño Manuel Álvares de Azevedo fue otro entusiasta bebedor de absenta; así como el dramaturgo sueco August Stridnberg, quien como Van Gogh era amigo del pintor Gauguin, el que probablemente fuera quien los indujo a la ingesta de este brebaje.

Y la absenta llegó, aunque es cierto que bastante tarde, al Perú. Actualmente es ofrecida en un bar miraflorino en el que, como una isla, se puede brindar con absenta sea en su versión tradicional, como en algunas variaciones de preparación o graduaciones alcohólicas. La absenta, el licor de los artistas bohemios de la Belle Époque está en Lima; no sé si feliz o infelizmente sin causar los estragos que generó en Europa.

Por Mario Pera
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